Thursday, November 23, 2006

Horda


Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú.
Salinas

Mi espíritu encuentra deleite
cuando observa su disposición hacia la carne.
Entonces me esperas a la salida del campus,
señalado ya el carrito donde
lograremos provisiones.
(Mokasines trae la damajuana
de la purificación y el Barbudo
ha distinguido ya la banca y Benedicto el parque.)
Ciertamente no vestimos pieles
pero sí precisamos la potente lanza y el escudo.
Hurgas en mi pecho como una pajarita mojada,
y me miras volátil y sientes miedo.
Dejemos la mar para otra noche.
Apuremos más bien la tártara y la cola
y sin prisas aún caminemos hacia los pinos de San Marcos.
Es cierto que los azores más que rugen
y los perros encolerizan
sus humaredas
ocultando la luz de los semáforos
de la avenida Venezuela:
mas cógete de mi mano, amor, y deja que te guíe por la senda
correcta y más estrecha. Aún debemos encontrar nuestra caverna
donde haremos fuego y cantarás
un viento azul de Luis Hernández.
Cumplamos con el rito más nuestro.
Mar mía, noche mía, bien hallado en la renuncia
de mi inútil cacería, cuando mi espíritu
me reconoció engranaje de la tribu
(mientras calentaba mi pan en la boca del termo).
Hasta que te escuché tocar el piano
y los témpanos se impusieron
sobre Lima, sin emplazar su gris humedad.
Y fue como no habernos conocido,
como guardarte en una cajita de almanaque,
como ocultarme en la botella ardiente de un jardín.

Andenes

Pedro, mi chompa sucia
y sus embelecos de catarro
¿cómo ha sido posible
que este dedo –el sexto-
se me incrustara en la mano?
Es el seso, Pedro, que me sobra,
un tercer ojo
que ciego alumbra las palmeras
(el viento me acunó
en la hamaca y era la zozobra,
no el pánico de la reunión en la selva.)
Un ratón de frac y boina verde
me saludaba en las ventanas
o me esperaba en los puentes
de la Vía Expresa. En mi cuarto,
en Chorrillos, el cenicero, el portalápices
y las begonias
elevaban el vaporcito de la tierra
en los cascos de Bolívar. Mi almohada
amanecía, también el espejo –madriguera
entre las cañas del maizal bullicioso.
Pero las enredaderas
se afectaban al ponerle betún a mis zapatos
y la botella con agua en el morral
y la cadena trenzada en los emolientes
al pasar por Supe
y las monedas y la paciencia
y las cartas…
Perdóname el cansancio, Pedro.
Perdona que te siga con la izquierda,
este esperar que mi mano traspase mi vida
o mi tristeza.

La niña de la lámpara azul

El segundo botón de mi gabán
se ha descosido, Georgette,
¿qué hilo me alcanzará
para pegarlo?
¿acaso el del minotauro?

POETICA

Cuando no tenga
otra voz que la mueca,
tu mano
habrá
de guiar mi boca
sobre un abismo
de azules bisontes.