Horda
Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú.
Salinas
Mi espíritu encuentra deleite
cuando observa su disposición hacia la carne.
Entonces me esperas a la salida del campus,
señalado ya el carrito donde
lograremos provisiones.
(Mokasines trae la damajuana
de la purificación y el Barbudo
ha distinguido ya la banca y Benedicto el parque.)
Ciertamente no vestimos pieles
pero sí precisamos la potente lanza y el escudo.
Hurgas en mi pecho como una pajarita mojada,
y me miras volátil y sientes miedo.
Dejemos la mar para otra noche.
Apuremos más bien la tártara y la cola
y sin prisas aún caminemos hacia los pinos de San Marcos.
Es cierto que los azores más que rugen
y los perros encolerizan
sus humaredas
ocultando la luz de los semáforos
de la avenida Venezuela:
mas cógete de mi mano, amor, y deja que te guíe por la senda
correcta y más estrecha. Aún debemos encontrar nuestra caverna
donde haremos fuego y cantarás
un viento azul de Luis Hernández.
Cumplamos con el rito más nuestro.
Mar mía, noche mía, bien hallado en la renuncia
de mi inútil cacería, cuando mi espíritu
me reconoció engranaje de la tribu
(mientras calentaba mi pan en la boca del termo).
Hasta que te escuché tocar el piano
y los témpanos se impusieron
sobre Lima, sin emplazar su gris humedad.
Y fue como no habernos conocido,
como guardarte en una cajita de almanaque,
como ocultarme en la botella ardiente de un jardín.